Nuestro rey es el espíritu; mientras éste está a salvo, las demás facultades cumplen con su deber, obedecen, lo secundan; cuando flaquea un poco, también ellas vacilan.
(Séneca, Epístolas morales a Lucilio.)
Aun en las peores circunstancias el alma es libre para amar. El espíritu no admite mayor sujeción que la que nosotros mismos, de manera consciente o inconsciente, le impongamos.