que me cantaba al albor.
(Anónimo, Romance del prisionero)
La última flor de la pasiflora.
Quién me iba a decir,
entre la exuberante profusión
de capullos, vástagos y renuevos
que surgían, con ímpetu
primaveral, excediendo el límite
de la cerca, augurando un progresivo
e inminente estallido
de belleza; que esa flor señera,
la única flor de la pasiflora,
la primeriza, sería la última;
la más temprana, la última flor.
La leve ilusión, la emoción ligera,
pero muy viva, con que acerté a verla
entre la verde y pujante espesura
me recuerda cuán frágil, cuán efímera
fue mi expectativa, y qué fugaz es
la belleza, no ya la de por sí
breve hermosura de todas las flores,
cuya existencia —la de cada una
en particular— no puede ser larga,
sino la belleza latente en todo
cuanto vive y alienta.
Tras una espera confiada y tranquila,
salvados ya el otoño y el invierno,
nada hacía presagiar que la flor
primera que me ofrecía, obsequiosa,
la pasiflora sería la única
que alcanzaría a ver; que no vería
el verdor de sus hojas nunca más,
ni ninguna flor hermana; que tuve
el privilegio de ver una flor
primeriza, acaso la más temprana,
con la nostalgia —el encanto— de ser,
tal vez en mi recuerdo para siempre,
la última flor de la pasiflora.
28 de abril-24 de mayo de 2024