viernes, 30 de octubre de 2020

Poema XXIV

MARTA Y SUSANA







Marta es morena de piel muy
clara.

Susana es muy sensible y muy
apasionada.

Marta se ha cortado el pelo
liso de azabache: desde el
cuello lo lleva en redondo
hasta las sienes recortado.

Susana está loca, loca, loca...
Nunca en la vida había sentido
algo semejante. Nunca.

Marta una sencilla diadema
lleva a veces color azul.

Susana a veces llora, y si se pone
furiosa (¡No la toques, no la
hables, no la mires!) es su ira un
torbellino muy difícil de aplacar.



Marta y Susana se conocen de toda la vida.



Marta, vista de frente como
de perfil, no provoca dudas,
ante la exuberante prominencia
de ciertos atributos, sobre su
femineidad.

Susana no ha olvidado aquellos
ojos que aquella tarde la miraron
en aquel sitio y de aquel modo...

Marta no podría alardear de su
estatura, que no es muy alta.

Susana revive muchos momentos,
instantes vagos que no consigue
retener, llenos de cosas sencillas,
inenarrables, que celosamente
guarda y desordenadamente
evoca.



Marta y Susana se conocen de toda la vida



Marta algunos días se pone una
falda que se ajusta a los muslos,
a las caderas y de sus posaderas
a la exquisita redondez.

Susana sabe que sólo una vez
se ama así. Una sólo.



Marta y Susana se conocen de toda la vida.



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Susana y Marta se cruzaron junto a la escalera ayer



Susana saludó a Marta

Marta, rostro severo, no vio a Susana.



16 de Febrero de 1989

domingo, 26 de julio de 2020

Poema LXXXII

A mi padre.





No importa el tiempo transcurrido.
Seguirás siendo el zagalillo
siempre. En tu mirada, en tu caminar
de hoy mismo, octogenarios,
el andar y la mirada percibo
de aquel zagal, muy niño,
solito entre las peñas,
siguiendo a los borregos
como un cordero más,
con una extraña mezcla
de hombría prematura
e inofensiva,
conmovedora candidez.

Tu andar era el mismo —el de entonces
y el de ahora—, aunque fuese
mucho más segura tu planta,
cuando, más adelante,
mejoraron las cosas
y en los días duros de nieve
no se reblandecían ya
tus pies —cubiertos sólo
con el abrigo humilde
de unos leguis y unos trapos
sobre las míseras albarcas—
ni le echabas carreras a la luna,
si se te hacía tarde
al regresar a casa, y el carea
era leal e inseparable.

Tu mirada era la misma
—por más que estuviese avezada—
cuando pasaste a ser pastor
y te quedaste solo
con el bagaje
de tu experiencia en el manejo
y la custodia del ganado,
en todo momento pendiente
de su bienestar, dispuesto a hacer
cualquier sacrificio, cualquier esfuerzo
—también la vista gorda—
con tal de saciar su apetito.

Si fuera el prodigio posible,
maravilla de poder verte
—oculto entre unas matas,
al amparo de una mole
de granito, detrás
de una encina o, como invisible
espíritu, flotando—
en la dehesa o en el monte,
por veredas, caminos o cañadas,
en el barbecho o en lo que fue sembrado,
estoy seguro que vería
el mismo andar, ligeramente
bamboleante, y el mirar mismo
(chispa, tenue brasa que allá en el fondo
se aviva y luce en tus pupilas),
los cuales, desde que tengo memoria
de ti, recuerdo.

Si es ahora más fatigado
tu caminar —puesto que arrastra
con los achaques y los años—,
no es por diferenciarse más,
estoy seguro,
del ágil movimiento
de tu fornida juventud,
sino por parecerse más
al inocente paso
de aquel zagal, muy niño,
solito entre las peñas,
con unos leguis y unos trapos
sobre las míseras albarcas,
resuelto a ganarle a la luna
en la carrera y demandando
a Guerra, el carea, siquiera
unas migajas
de compañía y amistad.

Seguirás siendo siempre el zagalillo.
Lo percibo en tu andar
octogenario, lo vislumbro
en el frecuente brillo
de tu mirar cansado.

Seguirás siéndolo mañana
y en el postrer aliento,
y mucho más tarde. Seguirás siendo
el zagalillo mientras haya alguien
que te recuerde
o te piense, como yo ahora, siempre.



11 de julio de 2020


  1. NOTA: Como bien puede deducirse de la lectura del poema, mi padre, Serapio Hernández, se inició muy pronto —aún no había cumplido 7 años— en el oficio de pastor, y en ello estuvo hasta el momento de irse a la mili con veintiún años de edad. Yo siempre supe que había sido pastor y alguna cosa me había contado a este respecto, pero no fue hasta que me vi implicado en la publicación del libro El Zagalillo que no adquirí un mayor conocimiento de esa larga e intensa etapa de su vida. Habiéndose impreso y publicado, en efecto, en el año 2003, yo mismo, recientemente, lo he digitalizado con objeto de ampliar su difusión, por expreso deseo de mi padre, que quisiera rescatar del olvido en lo posible una forma de vida que conoció en plenitud y que ha ido sucumbiendo, gradualmente, en aras del progreso, o víctima de ese fenómeno que devora todo lo que de genuino hay en los pueblos y que hemos dado en llamar globalización. Quienquiera que lo desee puede descargar estas «Memorias de mis años de pastor: tal como éramos» de forma completamente gratuita en formato de libro electrónico o en PDF:

sábado, 11 de abril de 2020

Poema XXVII







Largo es el día

¡Qué poco dura!

Noche tras noche

La noche oscura




Largo es el día y la noche
Larga es la noche y el día

Larga es la espera
La espera es fría

Largo es el día


¡Qué poco dura la dicha!
¡Cuán breve se hace el placer!
¡Qué pronto pasa el encanto!
¡Cuán triste quedo otra vez!

¡Qué poco dura!


Noche tras noche
Vino la dicha
Noche tras noche
La pude ver

Noche tras noche
Vino la angustia
Noche tras noche
Cuando se fue

Noche tras noche


La noche oscura
tan misteriosa
La noche oscura
La intimidad
La noche oscura
Vagos fantasmas
Irrealidad


La noche oscura






Mi soledad



6 de Marzo de 1990

lunes, 9 de marzo de 2020

Poema XXI







Tus piernas avanzan en pos del orgullo
Sinceros tus ojos me quieren hablar
Avanzan tus piernas    siempre      hacia        delante
Tu rubia cabeza se vuelve hacia atrás



Si pienso en seguirte me agarra el orgullo
Tus ojos me imanan si pienso en marchar

La esquina se acerca con rápido paso
Si callan tus ojos es cuando no están

Si pienso en seguirte me agarra el orgullo
Tus ojos me imanan si pienso en marchar

La esquina se acerca con rápido paso
Si callan tus ojos es cuando no están

Si pienso en seguirte me agarra el orgullo
Tus ojos me imanan si pienso en marchar

La esquina se acerca con rápido paso
Si callan tus




Tus piernas siguieron en pos del orgullo
Tus ojos sinceros sabían hablar
Siguieron tus piernas siem pre hacia delante
Tu rubia cabeza volvía hacia atrás





Intacto me llevo el orgullo a mi casa


Tus ojos
sinceros

quedaron


atrás



13 de Julio de 1988


  1. NOTA: Por el carácter marcadamente visual de esta poesía, recomiendo leerla en un dispositivo con la pantalla lo suficientemente grande como para que la distribución de los versos no se vea alterada. Téngase en cuenta que para adaptar el texto original al cuerpo de las entradas del blog me he visto en la necesidad de introducir ligeras modificaciones. Por consiguiente, considero que lo más idóneo en este caso sería descargar el poema en el enlace que viene a continuación para leerlo en un formato que ofrece mayor fidelidad.

domingo, 19 de enero de 2020

Poema XLVIII







Cuando tu imagen era
rosa entrevista;
un día mariposa
que tremolando pasa
e imprime, ajena, en la pupila
su repicar de alas;
ave imprecisa,
de un espacio indistinto sobre el lienzo
ligera pincelada...

Antes de ti,
antes de abrirte tú a mi memoria
como flor que nace de pronto
para no perder su fragancia,
cuando en mi centro
aún no ardía tu llama,
mi vida era
estéril como tronco
sin hojas y sin ramas
flotando a la deriva
donde quisiera el agua...



Año 1998