NOCTURNO
Nadie sabrá
que te he querido
—es triste—, que esta madrugada
apareciste aquí de pronto,
traspasando el umbral, movida
de irresistible impulso
—con un ojo cerrado y otro abierto,
el pelo alborotado,
los brazos extendidos,
arrastrando los pies
con cierta mezcla de premura
e indolencia—, hasta llegar
a mis brazos.
Y no habrá quien recuerde
cuánto me has amado; cómo a deshora,
de madrugada,
te he despertado
y al poco rato has ido, insomne,
y me has buscado
en una estancia iluminada y próxima,
donde yo estaba; cómo te he abrazado
un prolongado instante
con indecible amor, sin dar
espacio al deseo —pudor
para bajar las manos—,
y ambos hemos pronunciando, abrazados,
en un susurro, sucesivamente,
las palabras mágicas que conjuran,
infalibles, en nuestro idioma
temores y ansiedades
de auténticos amantes.
Transcurrirán años, siglos, milenios,
acaso miles de milenios
plagados de acontecimientos,
de alternado esplendor y decadencia,
antes de que la humanidad
—y con ella su memoria— se extinga.
Para entonces el sol,
la luna y las estrellas
proseguirán su ciclo y el planeta
continuará girando.
Nadie recordará
—y es triste— que tú y yo
nos abrazábamos
esta madrugada, con indecible
amor, durante un prolongado instante,
conjurando, con dos palabras mágicas,
todos los temores; ajenos,
por un instante,
a cuanto había
bajo el sol, las estrellas y la luna.
21-30 de Septiembre de 2013