lunes, 20 de marzo de 2023

Poema XXXVI

A Belén, por sus hijos, especialmente la pequeña Belén.





En el piso superior
hoy hay un nuevo alboroto:

¡un pilluelo nietecillo
corre y trota como él solo!


Un niño que juega. Vitalidad
que descorre los visillos graves
que nos impiden ver
una luz distinta y la esperanza
—íntegra aún y preservada—,
la ausencia de malicia y sensatez,
que hay en el orbe,
el orbe claro en donde teje
sus ilusiones
el alma cándida de los niños.

Ruidos.
Inevitables en esta humana
comunidad.
Rumores cotidianos.
Tráfico en las calles...
Voces, gritos, golpes...;
máquinas y electrodomésticos...

Son los rumores cotidianos.
Muy variados.
Pulso audible del vasto cuerpo
de la ciudad.

Es la vida que discurre
sin pararse a preguntar.

La no vida es más discreta:
absoluto es su silencio.

Cualidad es de la vida
el movimiento.

(¿Es la vida algo más
que movimiento?)

Vibración es el sonido:
es movimiento.

Es por tanto el ruido acompañante
vinculado al movimiento
que es la vida
en la ciudad.



No más pido que en mi ánimo,
de entre todos los ruidos
y rumores circunstantes,
aquel que tiene su origen
en el juego de los niños
—ellos siempre juegan—
no moleste.



2 de Abril de 1992

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