ENSOÑACIÓN
Abandonarnos una noche a solas
en un lugar blando, apacible y quieto;
y enlazarnos despacio:
poner mi mejilla sobre tu pecho
—mientras, tú me acaricias en la nuca
enredando los dedos—,
y mirar en lo obscuro fijamente
con los ojos muy llenos.
¡No de lágrimas!, no...
Llenos de un brillo templado y sereno,
a orillas de lo tierno y de lo dulce,
en el mar de lo inmenso y de lo eterno.
Y que pasen así largas las horas:
los dos muy juntos, muy nuestros, muy quietos;
escuchando atentos y sin palabras
la melodía que llevamos dentro;
esperando que llegue el nuevo albor
y bañe nuestros cuerpos.
Julio de 1987