No es tan terrible estar solo. Nada tiene de terrorífico, en sí mismo, el hecho de hallarse a solas en las más diversas circunstancias o en uno u otro lugar. Lo verdaderamente terrible y angustioso, aquello capaz de causar espanto e inquietud sin límites en nuestra alma, es el sentimiento íntimo y subjetivo de la soledad, la emoción de sentirnos inmensamente solos con independencia de que nos encontremos en el desierto más inhóspito o en nuestra propia casa, en la ciudad más tumultuosa o en un perdido páramo, lejos de toda compañía o en concurrida sociedad; siendo, tal vez, la soledad más cruel de todas —y una de las más dolorosas— aquella que se produce, no al encontrarnos solos físicamente o mientras nos relacionamos con personas extrañas o ajenas a nuestro círculo social y familiar, sino al hallarnos, precisamente, junto a quienes cabría suponer más íntimos o allegados:
En el cielo infinito que rodea a dos seres humanos, toda palabra está de más. Ese profundo silencio ha de llenarse con la música de la flauta. La flauta no puede sonar a menos que tenga el vasto vacío del Espacio Infinito.
Ese cielo que media entre nosotros ha sido oscurecido por la pena, ahogado por la rutina diaria del trabajo insignificante y la charla cotidiana, por las preocupaciones y la sordidez.
A veces, cuando se levanta el viento de una noche de luna, me despierto y miro a la persona que está acostada a mi lado, con un dolor agudo en mi corazón: siento que ella está perdida para mí.
¿Cómo puede salvarse esta separación, la separación del infinito que soy yo y el infinito que es ella? 1
Esto es así, la extraña paradoja de que un ser humano pueda sentirse solo estando tan cerca (tan cerca y tan lejos) de otro ser humano ocurre —y, de hecho, con enorme asiduidad, aunque no todo el mundo se haga consciente o tenga el valor de reconocerlo— porque, señalémoslo cuanto antes, son los afectos, mejor dicho, es el amor como fuente inspiradora de todos nuestros afectos —desde el más ligero hasta el más intenso y arraigado—, y no la real convivencia o una presencia física en forma de acompañamiento, la auténtica piedra de toque, lo que determina en un ser humano el grado de plenitud en sus relaciones o la magnitud de su soledad.
También puede darse la paradoja del modo siguiente:
Tengo a mis amigos
en mi soledad;
cuando estoy con ellos
¡qué lejos están! 2
La aparente contradicción que encierran estos versos tiene su origen, indudablemente, en el doble juego que el poeta establece al relacionar el concepto «soledad» con la hipotética presencia de los amigos, al diferenciar, sutilmente, entre la presencia «real», es decir, la presencia percibida a través de los sentidos corporales, y la imagen invocada, esto es, la presencia interiorizada o traída al pensamiento por medio del recuerdo. Y es, a mi juicio, esa imagen proveniente del recuerdo la que el poeta siente como más próxima y entrañada, la que considera, al menos en cierto sentido, más auténtica, más pura, más esencial. En la lejanía, el recuerdo aglutina todo lo amable de quien está ausente (en este caso, cada uno de los amigos) dando forma a cierta idea de la persona en cuya imaginación el espíritu se recrea como en la contemplación de una imagen muy grata, y es tal la comunión con dicha imagen evocada que uno tiene la sensación de que ambos, la imagen amada y el propio ser, tuvieran un mismo asiento, compartieran idéntico ámbito o morada. Sin embargo, en la distancia corta no hay necesidad de recordar: la persona está presente: la vista, el oído, el tacto, etc., ya dan cumplida cuenta de su existencia. El amigo así presente llena los instantes con su charla, muestra sus cambios de humor; a menudo nos revela sus defectos, sus veleidades, sus caprichos... y, en suma, aunque su presencia por lo regular nos resulte muy agradable, incluso placentera, es en la distancia corta —al igual que cuando contemplamos una hermosa pintura o cualquier otra obra de arte, por más espléndida y maravillosa que nos parezca de lejos— cuando vienen a hacerse más patentes las pequeñas —o más gruesas— imperfecciones y, por otra parte, lo que es mucho más grave e inquietante, cuando más crudamente se da uno cuenta del misterio que encierra todo ser humano, de su inaccesibilidad, de cómo existen pliegues recónditos en los cuales no nos es ni jamás nos será posible posible penetrar: aunque haya voluntad de comunicación, no siempre sabremos comprender la visión del otro ni el otro hallará el modo más adecuado de manifestarse; no digamos ya cuando alguien mantenga el deseo —legítimamente, en la mayoría de los casos, por supuesto— de ocultar algo o esté decidido a no revelar más que una parte de sí mismo. La verdadera comunicación, incluso entre aquellos que se aman, es muy difícil, tanto que a menudo no bastan las palabras, o, como se afirma más arriba, en el poema de Tagore, toda palabra está de más. Por otro lado, por mucho que podamos aproximarnos al otro, aunque lleguemos a establecer contacto o incluso a fundirnos con él en el mayor de los abrazos, cuando lo recordamos lo tenemos, de alguna extraña manera, más cerca, en el mismo centro de nuestro ser, que es nuestra alma; al cuerpo podemos acceder, sin destruir su integridad, todo lo más a nivel del epitelio, pero al evocar la imagen del ser amado de algún modo entra a formar parte de nosotros mismos; no nos unimos momentáneamente en una forma corpórea compuesta de dos elementos independientes y articulados, como sucede en el abrazo, sino que nos hallamos fundidos en nuestra más pura esencia y en nuestro interior. Así pues, el verbo recordar —del latín recordari, derivado de cor cordis, corazón— aplicado al contexto del poema (pues sólo a través del recuerdo podríamos tener a alguien en nuestra soledad) y referido a los amigos, equivale aquí a tenerlos presentes, literalmente, a «volver a traerlos al corazón», a sentir su imagen, en ese preciso instante, en lo más íntimo, acompañándonos; y no olvidemos que la unión es la principal y más genuina aspiración, el punto hacia el que indefectiblemente y en todo momento se dirige la acción del verbo amar.
Puedo estar apartado, mas no ausente;
y en soledad, no solo, pues delante
asiste el corazón, que arde constante
en la pasión, que siempre está presente.
El que sabe estar solo entre la gente
se sabe solo acompañar, que, amante,
la membranza de aquel bello semblante
a la imaginación se le consiente.
Yo vi hermosura y penetró la alteza
de virtud soberana en mortal velo,
adoro l'alma, admiro la belleza.
Ni yo pretendo premio ni consuelo,
que uno fuera soberbia, otro vileza.
Menos me atrevo a Lisi, pues, que al cielo.3
Si amamos a alguien que esté ausente, o más o menos distante, en la confianza de que que ese alguien, en alguna medida, también pueda amarnos, no estaremos solos, y da igual que nos encontremos en una isla desierta, presos en un inmundo calabozo o exiliados y solitarios entre extrajeras gentes: nos sentiremos acompañados gracias a la magia de la evocación y del recuerdo; no así si convivimos con alguien a quien no estimamos y que tampoco nos estima; ni aunque se trate de una muchedumbre haciéndonos compañía. Tampoco es imprescindible que amemos a una persona de carne y hueso: el anciano eremita que apenas sobrevive a base de oraciones y de lo que cultiva en un humilde huerto próximo a la cueva donde habita (si algo así puede aún concebirse en este mundo) jamás estará solo mientras viva con su pecho inflamado en el amor de Dios. En el extremo opuesto, el de la soledad más compasible, podríamos incluir, verbigracia, sin demasiada dificultad, al alto magnate, al líder político o al personaje de éxito del momento, seguido, probablemente, de una nube de oportunistas y aduladores revoloteando alegremente en torno suyo, dispuestos a halagarle y hacerle la corte a cada instante, pero que no le reservan ni un ápice de afecto, ni una pizca de ternura, al igual que él, tal vez, tampoco ame a nadie, por lo mucho que el asiduo manejarse con el triunfo y el poder le ha endurecido el corazón.
Teniendo en cuenta todo lo antedicho, y a modo de conclusión, bien podemos advertir cuán pobres han de ser por fuerza los argumentos empleados para juzgar sobre la soledad, cuánto erramos a menudo al enjuiciar a nuestros semejantes, si no atendemos a otra cosa que a las apariencias exteriores, pues, siendo el amor la única medicina verdaderamente eficaz para la soledad del alma, no puede haber otro medio de no estar solos que amar y tener la fortuna de alcanzar alguna reciprocidad en nuestra entrega: entonces y sólo entonces seremos dichosos porque albergaremos la ilusión, que ocasionalmente podremos elevar a la categoría de certeza —aunque, al cabo, en el peor de los casos, la fuerza de los hechos venga a demostrarnos que igualmente se trataba de un espejismo—, de no estar en soledad.
- Fragmento del poema «El mensajero de las nubes» de Rabindranath T. Tagore. LIPIKA (Poemas en prosa), EDICIONES BUSMA, Poesía y prosa popular 74, Pág. 20. Traducción del inglés de Enrique López Castellón a partir de la traducción del bengalí al inglés de Aurobindo Bose.↑
- Antonio Machado. Nuevas canciones (1917-1930). POESÍAS COMPLETAS, ESPASA CALPE, Colección Austral A33, Pág. 304.↑
- Francisco de Quevedo (1580-1645). OBRAS COMPLETAS (Tomo II. Obras en verso), AGUILAR, Pág. 127.↑
7 comentarios:
1/2
Amigo Carlos,
Me encanta este escrito tuyo por varios motivos, por la perfección formal del mismo –uno no está acostumbrado a leer en el ordenador textos tan impecablemente redactados- y por el contenido expresado, con el que coincido plenamente en líneas generales.
Totalmente de acuerdo en que la soledad, más que una cuestión física, es un sentimiento, una percepción que se tiene: claro, no es lo mismo estar con uno mismo, lo que significa estar acompañado, meditando por ejemplo, que incomunicado y rodeado de gente al mismo tiempo, gente que no perciben que uno sea un sujeto, sino gente para los que uno es puro objeto.
Precioso y muy transparente el texto que citas del poema «El mensajero de las nubes» de Rabindranath T. Tagore: con una mirada es suficiente para que haya una buena comunicación, porque, en los estados de más profunda empatía con el otro, las palabras no son capaces de expresar lo que se siente. Quizá sí pueden hacerlo los poetas, tal como has expresado en alguna ocasión.
Todos hemos comprobado que no hay mayor soledad que la que se produce en las grandes aglomeraciones de gentes que se desconocen y se ignoran, y que no hay mejor compañía que aquella que se produce con una sola persona y en la que ya no son necesarias las palabras: es la plenitud total.
Es muy verdad que el solo pensamiento en la persona amada o amiga es suficiente para que uno se sienta acompañado y bien acompañado. Claro, es muy diferente la situación de quien escoge formas o momentos de estar solo, porque tiene quehaceres que van a absorber su energía, de la de quien está solo porque no tiene más remedio. En el primer caso no hay soledad, en el segundo sí. Considero muy importante la anotación de que la auténtica soledad o el sentimiento de verse acompañado no tiene que ir paralelo con la presencia o ausencia física del ser querido o amado, del amigo en definitiva: como toda nuestra vida transcurre en nuestro cerebro, todo depende de la forma como ese cerebro se alimente.
2/2
Tu escrito daría para mucho, pero no voy a extenderme más, porque poco podría yo añadir a lo que tú has expresado: prefiero dedicar algún tiempo más a volver a leer y releer nuevamente el texto tan profundo que nos has regalado, y, como sé que te gusta el Latín y también recordar tus años todavía más juveniles, te regalo un fragmento de un tratado sobre la amistad que escribió Cicerón y que con seguridad conoces.
Pues se desliza no sé de qué modo la amistad por la vida de todos, y no deja que ninguna fórmula de pasar la vida sea carente de ella. Es más, si hay alguien de tanta aspereza e insensibilidad de carácter que rehúya y odie la convivencia con los hombres, como dicen que hubo en Atenas un no sé quién (llamado) Timón, sin embargo, ése no podría soportar el hecho de no buscar a alguien ante el que vomitar el veneno de su acritud.
(La traducción es mía)
L'amitié pénètre, je ne sais comment, dans toutes les vies, son influence est sensible dans toutes les professions. Il y a plus : un homme qui, par âpreté de caractère et insensibilité, va jusqu'à fuir les hommes et les prend en haine, comme on nous dit que faisait à Athènes un certain Timon, ne peut cependant se dispenser de chercher quelqu'un auprès de qui déverser sa bile.
Serpit enim nescio quo modo per omnium uitas amicitia nec ullam aetatis degendae rationem patitur esse expertem sui. Quin etiam, si quis asperitate ea est et immanitate naturae, congressus ut hominum fugiat atque oderit, qualem fuisse Athenis Timonem nescio quem accepimus, tamen is pati non possit, ut non anquirat aliquem, apud quem euomat uirus acerbitatis suae.
Marcus Tullius Cicero, Laelius de Amicitia, XXIII, 87
http://agoraclass.fltr.ucl.ac.be/concordances/cicero_amitie/lecture/23.htm
¿Sabes lo que a mí me encanta, amigo Antonio?, que este texto te haya dado para reflexionar y que aún pueda ser estímulo para nuevas reflexiones si mantienes el propósito de volver sobre él más adelante. Que has meditado algo no me cabe duda a juzgar por los puntos que comentas y lo atinado de alguna de tus observaciones. Me ha gustado especialmente la alusión a que todo lo que vivimos ocurre en nuestro cerebro, porque esta idea, la de que construimos la realidad a base de lo que nuestro cerebro percibe y que, por consiguiente, no existe una realidad única, sino que cada individuo experimenta su propia realidad, subyace en todo el texto de la entrada y resulta capital para la comprensión del mismo: es, como si dijéramos, la idea fundamental que en gran parte lo anima, omitida o no expresada formalmente, pero que tú has sabido muy bien concebir e interpretar.
Dices que el texto aquí comentado daría para mucho, y no puedo estar más de acuerdo; de hecho, aun antes de publicarlo, mientras me hallaba inmerso en el que ha sido, como puedes suponer, laborioso proceso de composición, no hacía más que reconocer los límites y renunciar al intento de expresión de multitud de aspectos que, como se suele decir, me he visto forzado a dejar en el tintero, para mejor ocasión, consciente de que se trataba de una entrada de un Blog y no de un libro de ensayo o un tratado filosófico. Con todo, habrá personas, la inmensa mayoría, que entren en esta página y salgan rebotadas, casi muertas del susto, al comprobar la extensión de mis palabras. Lo cual, hasta cierto punto me parece comprensible en estos tiempos de vertiginosa saturación de la información, donde el propio tiempo escasea y la gente gusta de andar picoteando aquí y allá, saciando su apetito en infinidad de platos que atraen más por la variedad de sabores y por la apariencia y colorido que por su sustancia y lo que tienen de auténtico sustento para el espíritu. Pero bueno, allá cada cual, a mí nadie me va a quitar el gusto de "cocinar" (y saborear) mis platos, por mucho que a alguno se le indigesten y otros muchos pasen de largo sin probarlos tan siquiera.
Te agradezco el texto de Cicerón y no te sorprendas si te digo que aún no he leído, que yo recuerde, nada de este autor. Ya sé que por la perfección formal sus textos son tomados como modelo para sus traducciones por los estudiantes de latín, pero el poco latín que sé lo he aprendido casi por mi cuenta, sin seguir un plan de estudios oficial, traduciendo pequeños párrafos de Plauto y otros autores, aunque no recuerdo si había alguno de Cicerón. En cualquier caso, para una lectura completa, me apetece mucho empezar por el texto que me regalas e intentar comprar el libro donde se incluye; a ver si lo localizo en la edición de Gredos, la editorial que siempre me recomiendas.
Gracias por todo y recibe un saludo muy amistoso.
Sintiendo en algún momento "La Soledad" de la que hablas me surgieron estas palabras:
Soledad, estado del alma puro y libre, sentimiento de "único", aunque más qué único te sientes Nada..., y la Nada te encierra en un lamento gris de nostalgia que no cesa. Intentas llorar y en público no puedes... Es entonces qué las lágrimas por no poder salir se encierran en tu garganta y te vacían el pecho. Es un estado qué desea el caminante que sea pasajero: tantas cosas por vivir y tantas soledades por compartir..., ilusión y excitación porque acontezcan en tu vida emociones fuertes que te llenen de vida... y, mientras, tristeza imposible de ser compartida, sólo vivida por uno para sí mismo, y, a pesar de albergar dolor, sentimiento pleno, libertad buscada, y aunque a veces ahogue, siempre el pensar que sólo serán unos momentos, días quizás, y después la vida volverá a brillar y todas tus actividades convertirán tu tiempo en búsqueda, en ser querido para que tu soledad algún día pueda ser compartida. Días de dichas, de fracasos, de frustraciones, de gotas de colores que cada día van avanzando en tu camino y se van convirtiendo en un gran collar de perlas, siempre inmaterial, intangible y profundamente frágil, que sólo los más observadores saben ver, que en el fondo da miedo, y asusta un poco descubrir ese cuerpo y ese alma en soledad pura que yace dentro.
Esto lo escribí en un momento de esos de soledad incomprendida, ahora me doy cuenta que son momentos efímeros, y que hay que sentirlos para valorarnos más a nosotros mismos y a nuestros queridos, en realidad nunca estamos solos, siempre alguien nos recuerda y nos quiere bien. Cuando no recordamos esto es cuando no entendemos nada y nos abandonamos a nosotros mismos. Parece que el sentimiento expresado con mis palabras puede en algún momento atraernos, pero sin duda no queremos retenernos en él, aunque hay que mirarse de frente y no sentir miedo. Aquí venimos solos, solos pasamos y solos nos vamos. A mí personalmente cada vez me gusta más estar sola, vivir sola, viajar sola, apartarme sola en un jardín a escribir, son momentos que ya no busco, sino que necesito a diario, es la soledad-liberación, la soledad deseada y buscada, porque no compartes el vagar de la manada... En fin podría detenerme horas hablando de éste tema.
Sólo una puntualización para reflexionar: un día me tropecé con un hombre mayor en Ourense y, hablando con él del arte, yo le expresaba que era una manifestación del alma. El, que las había pasado putas en la época de Franco, que había estudiado con Jesuitas y le habían machacado, me dijo: No, el alma no existe, es todo inteligencia. Eso me pareció muy sabio por su parte y a partir de entonces me gusta pensar que el arte, la escritura, toda manifestación artística es producto de personas inquietas que por muchas razones sienten que no encajan con las opiniones generales de la manada, y se apartan, se refugian en sus escritos para intentar comprender el mundo donde viven y así comprenderse mejor a sí mismos.
Si quieres, envíame un mensaje (ya conoces mi e-mail) y te mando cosas que escribo, un abrazo!
Efectivamente, yo también podría pasarme horas (y aun meses) hablando (y escribiendo) sobre este tema. Como le decía a mi amigo Antonio en el anterior comentario, aún me he dejado muchas cosas en el tintero. No obstante, ya que lo sacas a relucir, te diré que otro aspecto significativo de la soledad es que resulta conveniente, casi diría necesaria, para el proceso, primero, de maduración, y, luego, si se dan las condiciones apropiadas, de composición de la obra artística; da igual que sea plástica o literaria. Por consiguiente, el hecho de que una persona como tú, a la que le gusta escribir, busque el retiro de la soledad, me parece de lo más consecuente. La soledad sólo es dañina cuando no resulta habitable: se puede estar cómodo y tranquilo en la soledad, sentir incluso felicidad y plenitud, con tal de que el amor (aquello que, como digo en la entrada, es la única medicina verdaderamente eficaz para la soledad del alma) esté presente; aunque no consista más que en el simple amor al arte.
Lo que me cuentas de una persona mayor que conociste en Galicia me parece muy comprensible y se justifica como reacción natural a la enseñanza y moral represivas que le tocaron en suerte vivir. Creer que el alma es una "sustancia espiritual e inmortal" privativa de los seres humanos sólo es posible mediante un acto de fe, pero lo que es para mí la existencia del alma no ofrece ninguna duda: lo identifico con el yo íntimo que me anima y da vida y me distingue del resto de seres vivos a mi alrededor. La inteligencia es sólo, a lo que yo entiendo, una facultad del alma, como lo prueba el hecho de que cualquiera, en mi opinión, por poner un ejemplo bastante gráfico, puede amar a alguien aunque ese alguien se porte mal, no le corresponda o no le convenga, lo cual no parece una respuesta muy inteligente a una situación dada, porque, en tal caso, lo verdaderamente inteligente sería no amar a ese alguien y, sin embargo, aunque nos duela, no podemos evitar amar a ese alguien "con toda el alma".
Igualmente, un abrazo.
Sin duda, se puede amar a alguien que te hace daño, pero sólo el tiempo necesario en que te das cuenta de que te están tratando mal, a algunas personas les cuesta más que a otras, y creo que es debido a que carecen de inteligencia emocional, sólo cuando aprenden quién son en realidad, lo que buscan y merecen, son fuertes para apartarse de las personas que les hacen daño, pero por fuerza para ser felices se han de apartar. En estas situaciones, y te lo digo como mujer, que soporto el machismo que es parte de esta sociedad, cuando consigues liberarte de una persona que te ha provocado mucho mal, aunque lo haya hecho inconscientemente, necesitas pasar mucho tiempo contigo misma y valorarte para saber lo que quieres y poner límites. El enamoramiento afortunadamente es pasajero: pronto el viajante es consciente del compañero que tiene a su lado.
La verdad que éste tema daría para llenar unas cuantas vidas y se seguiría filosofando sobre él, no crees?
No entiendo muy bien eso de la inteligencia emocional. Más que de inteligencia, en mi opinión, en un caso como el que describes, se trataría de fortaleza, de tener la fortaleza y la determinación para tomar la decisión adecuada. Lo cual no quiere decir que dejes en absoluto de querer a esa persona, cuyo nombre tal vez tienes grabado a fuego en tu interior, sino que siguiendo a tu inteligencia te apartes de esa persona que no te conviene, dejando a un lado lo que acaso siente el corazón. La persona que prolonga una situación de maltrato no es porque carezca de "inteligencia emocional", porque sea tan tonta que no se de cuenta de su situación (de la cual es perfectamente consciente), sino por cobardía o debilidad.
Cualquier filosofo que se precie ha de tener materia para llenar todas las horas de su vida aunque no cuente con más argumento que un plato de lentejas ;)
Publicar un comentario